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Critica "La Chispa de la vida"!

el Jueves 5 ene 17:32 pm
 
“La chispa de la vida” es una sátira social en la que sobra exceso y faltan matices. Álex de la Iglesia consigue una película interesante pero menor en su filmografía, en la que Salma Hayek brilla con luz propia y José Mota está correcto.

 

Reverberan en la última película de Álex de la Iglesia las palabras de aquel poema de Ella Wheeler Wilcox que rezaba que uno reía con el mundo, pero lloraba en soledad. Después de materializar en imágenes a bocajarro las pulsiones de la transición y releer la historia en clave de relato desquiciado y de placer paroxístico —“Balada triste de trompeta” (2010) pero también, y mejor, “Muertos de risa” (1999)—, De la Iglesia hace buenas las palabras de Wheeler en el contexto de un rabioso presente —el pasado también está ahí, en forma de ruinas hacia las que no hay deferencia—, en el escenario de una crisis global en tensión con el drama individual. El Teatro Romano de Cartagena, en el que un accidente convierte a Roberto (José Mota) en eventual mártir y ojo del huracán público, se convierte en tablas en las que la historia, pisoteada por el circo mediático, contempla una versión a escala de la tragicomedia humana.

Y es que en “La chispa de la vida” (ver tráiler) hay un espacio para todo tipo de desmoronamientos estamentales, institucionales y, por supuesto, morales. Bien podría ser esta una revisión de “El gran carnaval” (Billy Wilder, 1951) —pese a que el director confiesa como un referente más directo “La cabina” (Antonio Mercero, 1972)— en la que el foco queda ampliado más allá de la ética del periodismo, para trascender a un terreno donde la venta de la dignidad del individuo es fronteriza con la vanidad humana —todos los secundarios que desean, en mayor o menor medida, ser centro de atención de las cámaras— y el desesperado instinto de supervivencia, también amor —Roberto, negociando la entrevista en exclusiva al mejor postor para asegurar el futuro de su familia—. En definitiva, un acaparador fresco en el que medios de comunicación, ocasionales espectadores de la tragedia, cabezas visibles del poder político y empresarial y oportunistas representantes en busca de carroña son retratados en un esperpento que se justifica en la hipérbole y respira sin excepciones ni matices—o con la única, poco contundente anomalía que supone el personaje de Carolina Bang—.

Así, la efectividad de ese carnaval queda sujeta a la efectividad de lo global y, por tanto, de lo prácticamente inasible, el discurso que necesita de diatribas en voz alta de José Mota para ilustrar la rabia contra banqueros o cadenas de televisión. El contraplano, si acaso, es más valioso por los logros emocionales de algunos de los actores principales: frente a la corrección de Mota, a menudo en tensión con su difícilmente contenible vis cómica, la serenidad de Salma Hayek es quizá el mejor salvavidas, la única razón por la que la loa final a la dignidad personal y familiar se sostiene, a duras penas, como alternativa optimista al nihilismo grotesco.

Calificación: 6/10



 
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