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Critica "Havre"!

el Jueves 5 ene 17:32 pm
 
Aki Kaurismäki demuestra que otro cine social es posible con una película sencilla, que utiliza la síntesis y la elisión para conseguir un retrato emotivo y sensible de sus personajes. “El Havre” es luminosa, desconcertante y de una extraña belleza.

 

La última película de Aki Kaurismäki es un cuento de hadas proletario. Es también una comedia dramática sobre la inmigración y la solidaridad obrera. Es una fantasía disfrazada de realidad que asoma al Canal de la Mancha, una historia universal que habla desde lo local. “El Havre” (ver tráiler) se constituye como relato ejercido desde la síntesis narrativa, pero también de los sentimientos, de la elisión de toda concesión dramática y la fragua de un estilo personal en el que cabe un optimismo humanista desconcertante, y no el tremendismo de habitual inherencia al subgénero de migraciones.

Como un contrapunto milagroso y sencillo, de emotiva contención que nunca redunda ni subraya en el proceder o sentir de los personajes, Kaurismäki demuestra que otro cine social es posible desde la distancia. Esa distancia es la que marca una cámara que nunca deja a sus protagonistas descubrirse, que filma el tiempo justo y opta por el retrato colectivo en el que las particularidades de cada uno se definen en contraste con el paisaje de la localidad portuaria de Le Havre y en relación con las herencias reconocidas del director. El frutero y su esposa, el incisivo inspector, la panadera y la camarera, el cantante de rock, todos componen paulatinamente un fresco de felicidad comunitaria en el que cualquier elemento nocivo queda sistemáticamente expulsado de la lógica visual: en la conversación en la que el prefecto le da un ultimátum al inspector Monet (Jean-Pierre Darrousin), el primero queda relegado a un fuera de campo que nunca veremos, el mismo fuera de campo donde acontecen las nefastas consecuencias de un contrabando que sale mal al principio de la película o un traicionero Jean-Pierre Léaud se mueve entre sombras; pero también, el mismo que retrasa receloso el plano que significa un segundo —e imposible— final feliz.

André Wilms, actor que interpreta aquí al mismo Marcel Marx de “La vida de bohemia” (1992) se refirió en una ocasión al realizador finés como «un pesimista alegre», uno que «se encuentra cómodo en los barrios periféricos, en las ruinas con los desclasados, la gente sencilla» (1). Sin apologías ideológicas, sin reivindicaciones políticas ni más mediación que la bonhomía asumida y no explicitada, Kaurismäki borda una pequeña historia de parias —más dos subtramas románticas, de igual sensibilidad y emoción— en la que la cercanía hacia esos seres (tan) humanos se acaba consiguiendo con la innegociable mediación de la distancia para con ellos.

Calificación: 9/10



 
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